La historia de Ca’n Puig de Sòller se encuentra íntimamente ligada a este singular rincón de la Sierra de Tramuntana, declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO.
Valle amurallado por sus majestuosas montañas entre las que resalta el Puig Major, cumbre más alta de la isla de Mallorca y que destaca, omnipresente, vigilante y protector, enmarcado al fondo norte si contemplamos la vista desde los balcones de la fachada principal. Lo acompaña desde el noreste la Sierra de Alfabia y por el sureste el Puig de’s Teix, que conforman la frontera natural con el resto de la isla. Por el noroeste encontramos la Comuna de Fornalutx, la montaña de Moncaire y el Puig de Balitx que cierran el acceso hacia el mar, únicamente abierto a través de la concha del emblemático Puerto de Sóller. Gracias a dicho puerto, durante siglos, hemos podido ejercer el comercio marítimo con el exterior del valle, principalmente con las costas francesas de tal manera que, aún hoy día, hay un fuerte vínculo entre Sóller y Francia por sus redes comerciales y la emigración de familiares locales. Hablamos del valle de Sóller como una unidad en la que encontramos cuatro núcleos poblacionales: Sóller, Fornalutx, Biniaraix y el Puerto de Sóller. Todos ellos rodeados por bancales de naranjos, limoneros y olivos, a su vez surcados por un sinfín de acequias que conforman una laboriosa red de regadío, aprovechando los recursos hídricos que ofrece el entorno, con sus manantiales y torrentes.
La economía de Sóller se ha basado, durante siglos, en la exportación de naranjas, limones, aceite de oliva y en la industria textil.
En el año 1906, el ingeniero Pedro Garau, tío de mi abuela materna Amanda Salas Garau, dibujó el primer esbozo del actual ferrocarril de Sóller, que permitiría la conexión con el resto de la isla, trazando el trayecto entre Sóller y Palma de Mallorca. Hasta entonces, para sortear la abrupta cordillera montañosa, sólo era posible desplazarse en un coche de tiro animal con varios peajes, haciendo muy difícil y laboriosa la movilidad y dejando como único transporte eficiente el marítimo.
A inicios del siglo XX Sóller contaba con una empresa eléctrica propia, El Gas S.A., que abastecía a todo el valle, al ferrocarril y al tranvía y que contaba con el suministro energético hidroeléctrico del Salt de Sa Costera, obtenido con el aprovechamiento de un importante manantial de agua que irrumpe en el mar de la costa norte con una preciosa cascada. Gracias a la riqueza de recursos naturales se inició una actividad económica basada en la agricultura, con la exportación de cítricos y aceite, una ganadería principalmente ovina, más para subsistencia que para el comercio y gracias al transporte marítimo, y la ruta comercial con Francia, una industria textil que inicialmente usaba máquinas de vapor con motores de carbón, posteriormente motores de gas suministrado por la compañía El Gas S.A., pasando por el gasoil, hasta su progresiva electrificación. La aparición del tren de Sóller supuso el empuje final al motor económico del valle permitiendo abrir la red de comercio. Su locomotora pasó de funcionar con carbón a su electrificación a lo largo de los años.
En aquella época Sóller, gracias a su crecimiento económico, contaba con una red empresarial importante en el sector industrial y agrícola. Ese empuje financiero fue el que propició la particularidad de que la localidad contase con una entidad bancaria propia, el Banco de Sóller, a diferencia de la mayoría de municipios de Mallorca. En los años 70 cobró su esplendor el turismo que se abrió paso para ser el motor económico principal del valle hasta la actualidad.
Una vez expuestos estos aspectos de la idiosincrasia de este maravilloso lugar, podemos regresar a la historia de Ca’n Puig.
José María Puig Morell, nacido en 1903, fue el primer propietario de Ca’n Puig. Compró una antigua casa situada en la calle Mar, cuya planta baja se utilizaba como comercio de venta de aceite y contaba con unas humildes dependencias en el piso superior. En la parte posterior se situaba un campo de cultivo de hortalizas, de diferente propiedad, con acceso por la Plaza de’s Mercat, que también adquirió para construir su vivienda, con los actuales jardines, en 1944. Allí residió hasta su fallecimiento en 2009, a punto de cumplir 106 años. Posteriormente, dejó en herencia Ca’n Puig a su nieto Diego Puig Fortuny encargado de narrar una historia familiar íntimamente ligada a la raíces del lugar y desde el más absoluto respeto y amor a unas generaciones pasadas emprendedoras, luchadoras y hechas a sí mismas.
La familia Puig era una familia humilde de l’Horta, en Sóller. Se les conocía como de Ca’n Lauet. Mi bisabuelo, Juan Puig Rullan (1862-1938), descargaba el pescado que traían las barcazas, tras faenar, a la lonja del Puerto de Sóller desde los nueve años. A los quince años se embarcó rumbo a la Habana, Cuba, en 1877, acompañado por su tío José María, mediante un largo viaje que duró tres meses. Allí consiguió trabajo como mozo en una zapatería. Pronto destacó por su facilidad y rapidez de cálculo mental, ocupándose de la contabilidad, y adquiriendo una administración de loterías, situada en frente de la zapatería, propiedad de un hombre que se jubilaba sin sucesión. Fue entonces cuando conoció a unos gallegos, sus futuros socios en la Habana, que le propusieron trabajar para ellos en el establecimiento comercial “Salmonte y Domazo” como encargado, continuando, paralelamente, con el negocio de la administración de loterías que gestionaba contando con un empleado a su cargo. Posteriormente, viendo la necesidad de cambio de divisas en Cuba y el gran movimiento financiero del momento, fue impulsor de una entidad bancaria en asociación con los propietarios de “Salmonte y Domazo”. Un banco bajo la gestión de “Salmonte y Puig” que prosperó y adquirió cierto prestigio en la Habana. Finalmente adquirió la participación de sus socios y continuó con el negocio hasta que, por prescripción médica, regresó a España en 1898. Al llegar a su Sóller natal impulsó la fundación del Banco de Sóller del que fue presidente entre 1918 y 1938, año de su fallecimiento. Ocupó el cargo de regidor y alcalde de Sóller en 1909 y 1912. Presidió la empresa Ferrocarril de Sóller de 1911 a 1938 de la que fue accionista. Reimpulsó la fábrica textil de Juan Morell Coll (Ca’n Bac), difunto hermano de su esposa Aina Morell Coll, mi bisabuela, con quien había contraído matrimonio al regresar de Cuba. Junto a la viuda de Juan, Catalina Estartús Guardiola, y los socios Damián Mayol Alcover y Guillermo Frontera Magraner constituyó la nueva sociedad textil.
En 1903 nació su hijo José María Puig Morell, mi abuelo, fruto de un padre financiero y de una madre hija de un industrial textil. En su adolescencia, junto a cinco compañeros, fundó el Marià Esportiu y compró el terreno agrícola Camp de’n Mayol que se convirtió en el campo del Club de Fútbol Sóller, donde se continúa jugando actualmente, y del que fue capitán. En 1920 estudió Química en la Sección Industrial del colegio de la Bonanova, en Barcelona, dirigido por la congregación de la Salle. Allí recibió clases de piano y canto por parte del cantante de ópera Giovaccini. Le nombraron capitán del equipo de fútbol con el que logró la liga universitaria. Tras graduarse como Perito Químico, se incorporó al Pupilaje de Tarrasa estudiando Ingeniería Industrial Textil. Allí le otorgaron el premio al mejor estudiante. De nuevo fue nombrado capitán del equipo de fútbol y volvió a ganar el campeonato de la liga universitaria. En aquellas fechas, recibió un ofrecimiento para fichar con el F.C. Barcelona que rechazó para poder finalizar su formación académica. Además fue candidato para representar a España en los Primeros Juegos Centroamericanos y del Caribe de atletismo, celebrados en Méjico en 1926, compitiendo en 100 y 200 metros lisos, que también rechazó, ostentando un récord de España de atletismo en dichas modalidades durante varios años. Regresó a Sóller a los veinticuatro años y ,aunque siguió practicando siempre actividades deportivas, se desvinculó definitivamente del fútbol a los veintiséis años, después de haber jugado en su equipo natal dos años más.
Pasó a dirigir a los veinticuatro años la fábrica textil familiar que reimpulsó junto a su familiar Guillermo Frontera Magraner, llamándose “Frontera y Puig S.L.” y de la que él asumió el cincuenta por ciento del accionariado. Durante los años 30 militó en el Partido Maurista donde desarrolló una actividad política y periodística intensa. Terminada la Guerra Civil, el Gobernador de Baleares le propuso como alcalde de Sóller, pero declinó la oferta a consecuencia de la inexistencia de partidos políticos durante el régimen franquista. Entró en el Consejo de Administración del Banco de Sóller siendo el promotor de su venta posterior al Banco Hispano. Fue miembro del Consejo de Administración de la eléctrica local El Gas S.A. y del Ferrocarril de Sóller, empresa de la que llegó a ser Presidente durante cuarenta y cinco años, continuando como Presidente Honorífico hasta su defunción.
Contrajo matrimonio en 1944 con Inés Alemany Guasp, una abuela entrañable, procedente de una familia acomodada de Palma, que supo ocupar su lugar en Ca’n Puig, con quien tuvo cuatro hijos. Curiosamente, Inés, “Lila” como la bauticé yo en mi infancia, era prima hermana del abuelo de mi esposa María Obrador Planas, promotora del proyecto del Hotel Ca’n Puig de Sóller y por quien “Lila” mostró siempre un gran cariño. Además, los primos se adoraban desde la infancia pero, por razones familiares, estuvieron años distanciados y nuestro enlace supuso un tierno reencuentro entre ambos.
Tras el cierre de la fábrica textil en los años 70, por los cambios estructurales profundos que amenazaban al sector, mantuvo el resto de actividades empresariales paralelamente a inversiones bursátiles para intentar diversificar sus negocios y distribuir riesgos. Tal importancia cobró dicha actividad en su vida, y hasta poco antes de su fallecimiento en 2009, que en 2007 el Presidente del Banco BBVA en España le realizó una visita de cortesía en Sóller. Tuve la oportunidad de asistir a dicho encuentro y fue realmente entrañable. El mismísimo don Francisco González, presidente del BBVA, durante la reunión, se dirigió hacia mí con la mirada y dijo: “Este hombre, con ciento tres años, sabe casi más que yo de nuestra entidad”. Al final de esa visita de importancia, en la que el zumo de naranja no podía faltar, los periodistas hicieron una fotografía inmortalizando el efusivo abrazo en el que se fundieron ambos personajes. Fue objeto de todas las portadas de los periódicos de Baleares. Por aquel entonces a mí me habían concedido el premio de la Real Academia de Medicina y eso también fue objeto de noticia esa misma semana. Recuerdo que era un martes, día en el que yo le visitaba siempre y almorzaba con él. Le di la enhorabuena por su reunión y los titulares. El también me felicitó a mí, pues había leído el artículo de mi premio, y añadió: “Veo que tú y yo estamos de moda”. Posteriormente, me preguntó por el contenido de ese reconocimiento y le expliqué el concepto de mi Unidad de Diagnóstico Rápido (UDR), la justificación de su existencia, el organigrama, etc.. Tras cinco minutos de conversación en la que yo le hacía mi exposición entusiasmado y esperando su reprobación tan solo terminase, me interrumpió súbitamente, diciéndome: “Muchacho, durante mi vida de empresario textil tenía reuniones periódicas con empresarios de otros sectores y un día un representante del sector del calzado me contó una historia...” Decía el empresario: “Tengo un oficial que me hace dos pares diarios de zapatos, perfectamente acabados, cuando lo habitual es hacer uno. He dado orden de que los aprendices trabajen con él y, curiosamente, todos aprenden a hacer un solo par, eso sí, bien terminado”.
Seguimos con el almuerzo y, tras charlar de otros asuntos, mi abuelo me preguntó: “¿Has entendido lo que te he dicho antes?. Si explicas todo lo que comporta tu proyecto de la UDR, y desvelas el secreto de tu idea, dejarás de ser imprescindible en tu trabajo”. Tras sus comentarios, entendí que ante mí tenía a un empresario, un financiero, una persona que me apreciaba y me obsequiaba con sus sabios consejos constantemente, pero que además, y quizá eso fue parte del secreto de su éxito, no olvidó nunca que procedía de Ca’n Lauet, familia humilde y con coraje.
Para terminar mi análisis descriptivo de esa irrepetible persona, icono de Ca’n Puig, debo citar una última anécdota. Un sábado, paseando juntos como acostumbrábamos cuando me resultaba posible acompañarle en su rutina, a sus ciento cuatro años, nos encontramos con una pareja, pacientes míos, que se dirigieron a él efusivamente. Él les correspondió con la misma calidez en su saludo. Le dijeron: “Don Pep, no nos extraña que se encuentre tan bien de salud con este magnífico médico que tiene de nieto”. Él se apresuró a responder: “Estoy bien porque me ha atendido muy pocas veces”. Tras la risas, nos despedimos y le pregunté de qué conocía él a esa pareja y si alguno de sus familiares había trabajado con él, en la fábrica o en el ferrocarril...Me contestó, cortante, que los conocía del pueblo. Yo no me conformé con esa respuesta, pues evidencié un mayor vínculo afectivo en la manera de saludarse. Me respondió serio y amenazante para asegurar que no revelaría su secreto... “Supe que esta pareja no tenía dinero para casarse, eran buenas personas, y me hice cargo de todos los gastos de su boda”.
Sóller, sus naranjos y limoneros, sus montañas y su puerto, su gente, viven y persisten gracias a la industria turística, basada en un modelo de sostenibilidad, y a proyectos como el impulsado por mi mujer, María, que permiten pensar en un futuro esperanzador para que nuestros bienes culturales, ecológicos y sociales perduren si los compartimos con todos vosotros. Gracias por visitarnos y convertiros así en partícipes de nuestra aventura.
Bienvenidos a vuestro hogar, en el valle de los Naranjos.
—Diego Puig Fortuny